Thursday, June 15, 2006

Escuela de chino en Ciudad Naranco


EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza

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Jesús Ibáñez, Jacoba Garzón, Ángel Zhan y los niños alumnos de chino.
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Las familias con hijos chinos esperan la llegada de una maestra de Hangzhou para abrir la primera academia de mandarín fuera de Madrid y Barcelona

Irene ALONSO

Jesús Ibáñez tiene casi 11 años y recuerda muy bien su viaje a China. «Tenía 6 años. Fuimos a buscar a mi hermana Cristina». La niña era entonces un bebé llamado Jiang Jaun, nombre que sus padres adoptivos han conservado para ella, igual que quieren enseñarle el idioma y las costumbres de su país de origen.
Jesús y Cristina son los hijos de Jesús Ibáñez Gómez, el presidente de la asociación asturiana de familias con hijos chinos. La organización, constituida en agosto del año pasado, está formada tanto por familias de padres adoptantes como por familias de origen chino afincadas en el Principado. «No queremos que nuestras hijas pierdan las raíces, sino que sepan de dónde vienen. Por eso empezamos a buscar un profesor que les enseñara chino, y dimos con Ángel». Cristina y Jesús Ibáñez estudian mandarín junto a siete compañeras, también de origen oriental, «pero de forma informal, sin un buen profesor», explica Ángel Zhan, vicepresidente de la asociación.
Desde octubre, Ángel Zhan y Jesús Ibáñez padre trabajan con sus compañeros de la asociación para abrir una academia de chino mandarín en Ciudad Naranco. Ya tienen los locales y están empezando a instalar el mobiliario, pero les falta la profesora. «Viene desde Hangzhou y aún no hemos solucionado todos los trámites», aclara Ángel Zhan, bautizado en su ciudad natal como Hong Wei Zhan.

En la academia no sólo enseñarán el idioma chino a los nueve estudiantes que ahora tienen la escuela provisional, ocho niñas y un niño entre 4 y 11 años. También quieren impartir clases de música tradicional, pintura, baile y deportes orientales. «Nuestra intención es acercarles la cultura de su país natal tanto como sea posible», asegura Jesús Ibáñez Gómez. Entre los proyectos de la asociación que preside está abrir la academia a más niños y, más adelante, a chinos recién llegados a España, dando clases de inmersión en el español.

Dirigida por una asociación sin ánimo de lucro, la escuela de lengua y cultura chinas se financia ahora con las aportaciones de los socios. «En el futuro esperamos contar con apoyos del Ayuntamiento o del Principado. Además quienes se apunten a las clases tendrán que hacer alguna contribución, pero no nos gusta la idea de pagar por un servicio como en cualquier otra escuela», comenta Jesús Ibáñez. Por eso esperan ampliar la asociación incluyendo a otras familias. «Hay padres interesados, pero otros no quieren ni oír hablar de enseñarles chino, piensan que así los van a perder. Yo creo que es totalmente al contrario», explica Jacoba Garzón, madre adoptiva de Paloma Qing Garzón.

La iniciativa de esta asociación es pionera en Asturias y en España. «No hay academias de chino, ahora sólo se puede estudiar en la Escuela Oficial de Idiomas de Barcelona o de Madrid o con un profesor particular», señala el presidente de la asociación de familias asturianas con hijos chinos. Aunque el objetivo de la escuela sea dar a los pequeños una educación más completa, a Jesús Ibáñez y a su compañera en la asociación no se les escapa que el chino es un idioma con futuro. «En veinte años las relaciones comerciales entre España y China serán muy importantes, el potencial de aprender este idioma es muy grande», comenta Jacoba Garzón.

Pero a los alumnos no les importa mucho si podrán hacer carrera de su pasatiempo y los nueve compiten por demostrar quién sabe más idiomas. «Yo sé cuatro: español, inglés, francés y chino», asegura el joven Jesús Ibáñez. «Pues yo se cinco», presume Sheila Ma, ahijada de Ángel Zhan, mientras sus hermanas Lorena y Andrea juegan ruidosamente.

«A ver, di cuáles», reta su compañero de clase. «Inglés, español, francés, chino y asturiano», responde la niña. «¡No vale! El asturiano no es un idioma, así que no cuenta», opina el niño para asegurarse el empate.
Lo más sorprendente es que a ninguno de los pequeños les parece especialmente difícil el idioma mandarín. «No es difícil, es diferente», cree Inés Zhan, que tiene ocho años. «Bueno, escribir es lo que más cuesta», añade Jesús Ibáñez.

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